La producción de energía, por la naturaleza de los procesos involucrados y la escala en la que éstos operan, conlleva un impacto ambiental considerable que es difícil de evitar. Las formas y fuentes convencionales de generación de energía, como los combustibles fósiles, la hidro-electricidad y las centrales nucleares a gran escala tienen, por lo general, efectos ambientales negativos de importancia. Las alternativas de energías renovables no convencionales, que incluyen las energías eólica, solar, mini hidráulica o de biomasa, también generan un impacto, aunque de menor escala; sin embargo, deben evitarse instalaciones en los ecosistemas sensibles, donde pueden producir alteraciones importantes. Frente a esta situación, las herramientas energéticas que necesitamos para solucionar los problemas están disponibles y son cada vez más asequibles: una rápida transformación del sistema energético, desde los combustibles fósiles hacia las energías renovables, tendrá benefi-cios ambientales como ayudar a estabilizar el clima, mejorar la salud humana e impactar positi-vamente en la naturaleza. Pero también generará enormes beneficios económicos.